Más allá de las izquierdas… Autonomía! Carta abierta de un autonomista, a las izquierdas

Apertura de los Estados Generales, 5 de Mayo de 1789

No hemos nacido de la nada. Las nuestras, son todas las luchas genuinas que se han librado en la historia por la creación de una Humanidad mejor. Por el horizonte de una Humanidad humanizada, una sociedad humana genuinamente reconciliada. Por un ser humano que se crea como ser, humano. Es más, no sólo debemos reconocernos en las “luchas”: en todo gesto humano, en las conversaciones desinteresadas, en las humanizadas miradas a los ojos, en la posibilidad de la solidaridad, la amistad y el amor, nos reconocemos, nos creamos, nos construimos. La nuestra es la lucha por la Humanidad.

Hace algo más de doscientos años, en salones colmados de hombres (lamentablemente, la otra mitad de la Humanidad estaba excluida de tales ceremonias), se comenzó a practicar una importante costumbre: las diferencias entre los participantes terminaban en dos bandos claros y opuestos: unos a la izquierda, los otros a la derecha. Se dice que los primeros pretendían cambiar las cosas, mientras lo otros se aferraban a la permanencia del orden establecido. No era casual: los de la izquierda tenían mucho menos que perder que los de la derecha, y éstos gobernaban unilateralmente: el clero y la nobleza y su poder autoritario.

Así, para facilitar el conteo de la humanidad que quería uno u otra cosa en tal salón repleto, se comenzó a practicar que los primeros se colocasen a la izquierda, y los segundos a la derecha. En aquellas jornadas que fueron dando paso a la Revolución francesa, la mayoría de esos salones decidió sólo moverse unos cuantos pasos dentro de él (caminar hacia la izquierda implicaba mucho más que una pequeña caminata), aunque afuera, la situación era completamente inversa. Para los eventos de los salones, las invitaciones estaban marcadas. Mientras, afuera, se agolpaban los descontentos…

Han pasado más de doscientos años, y corrido mucho agua bajo el puente. Entre medio, algunos de los que entonces desafiaron la realidad dada, la larga y descendencia de los “izquierdistas” de esos días revolucionarios franceses, han aglomerado la suficiente humanidad como para ser mayoritarios, proclamar el cambio incluso desde el mismo salón, y anunciar la invitación universal a toda la Humanidad de extra-muros. Sin embargo, hoy, cierto pesimismo posmoderno dice, con alguna razón que mirado desde ahora (algún día o noche del 2008), parece ser que nada importante ha pasado desde entonces. De todas formas, no hay para qué compartir ese pesimismo para darse cuenta que, eso que se ha llamado “la izquierda”, tiene muchas cuentas pendientes con la Humanidad, con la posibilidad de un futuro mejor.

Algunos de los “izquierdistas” se integran, y administran ayer y hoy el salón, y desde ahí, sus alrededores. Algunos han intentado, desde ahí, controlarlo todo: quiénes entran a deliberar, quiénes quedan afuera, qué hay que hacer para entrar, cuáles son los términos en que se entra. Esa prepotencia los ha acercado ,en más de alguna vez, a lo opuesto de lo que decían defender e impulsar. A pesar de todo, muchos dicen ser “los mismos” que entonces, en esas reuniones del fin del “Ancién Regime” del Reino de Francia, se rebelaron ante el clero y la nobleza, tomándose la principal cárcel de París, llenando los campos, ciudades y villas de la futura “Francia” de revueltas, rumores y subversión, y proclamando la “universal” declaración de la igualdad, la libertad y la fraternidad. O después, esos que salieron a las calles, retornaron del campo de batalla, rodearon el Palacio de Invierno y desterraron del poder a la dinastía rusa para siempre, bajo una unión de repúblicas gobernadas por y para las grandes mayorías campesinas y obreras.

Sin embargo, y más allá de las declaraciones y deseos , y por extraños y rebuscados recorridos históricos, afuera de los salones han proliferado las multitudes no escuchadas, y muchas veces parecen no querer, siquiera, entrar a esos “salones de la política” cada vez menos atractivos: la memoria y la experiencia histórica de las mayorías suele acertar, a la larga. Ahora, dicen los que están adentro (explicando la extraña situación de desinterés), sólo hay contentos o desesperanzados, incluidos todos, ya sea en gratitud con los gobernantes, o en apatía hacia lo que pasa o no pasa en el salón.

Y es que, después de más de dos siglos, los que deliberan dentro de esos salones suelen ser bastante similares, excepto notables excepciones, que han sido convenientemente “desalojados”, por las buenas o las malas (aunque en general por las malas, claro está). Tanto, como para que desde afuera se perciba que, en realidad, ahí, en el salón, “las derechas y las izquierdas unidas jamás serán vencidas”. O bien, que la forma en que se debe transformar la realidad para por muchas otras instancias, espacios, y formas, que la deliberación dentro de esa política institucionalizada, formal.

Algunos desde adentro rechazan la acusación, dicen que hay democracia, y se defienden recordando las diferencias entre ellos: hay pluralismo, no ven? Pero Afuera, los más, cada vez menos les escuchan. El salón está sellado, las invitaciones están hechas, la nómina de invitados no admite ampliaciones, o las permite sólo para los que juran ( y practican) la lealtad a lo existente, al orden dado de cosas, a la conservación de esta realidad.

Si algo ha sido relevante en el último tiempo, digamos, en las décadas recientes, es que hay cada vez más escepticismo ante todo esto. ¿Queremos, los de afuera, “entrar”?. ¿Es el salón lo relevante, o la vida humana que se hace, predominantemente (incluso para los “incluidos”), en los inmensos alrededores del exterior?. Allá, en esa inmensidad, en La Realidad, las proclamaciones, los alineamientos y discursos de intramuros, cobran sentidos que, según han aprendido millones de seres humanos, distan mucho de ser unívocos y transparentes. Con el correr de la historia, muchas palabras se han hecho ambiguas, contradictorias, hasta mentirosas. En nombre de la vida se mata, en nombre de la libertad se aprisiona, en nombre del bien se hace el mal. La justicia es injusta, la democracia no es democrática, los derechos no son derechos. Los privilegios dicen ser accesibles a todos, y la desigualdad se justifica con la igualdad de que los humanos somos todos igualmente desiguales. Y bajo la máscara de ser “de izquierda”, se esconden muchos que tienen más de conservadores que de libertarios.

Así las cosas, nuestra lucha no debe apuntar a rescatar solamente el término de “izquierda” de la vorágine de la pérdida de sentido, de la mentira construida y legitimada por el poder de los que dominan, de las palabras prisioneras del sentido que les imponen unos pocos atrincherados en los salones del poder institucional. Desde ahí, adentro, han logrado difundir sus visiones como si fueran las únicas verdades posibles, secuestrando la social construcción del lenguaje, convirtiendo las palabras en instrumentos de sus propios intereses, de sus deseos no expresados en sus falsas declaraciones, de sus monopolizados, ocultados y disfrazados poderes. Así, centrarse en “la defensa y reconstrucción de la izquierda” parece ser más un intento de supervivencia reducido a unos pocos, a una identidad importante pero limitada, mientras los múltiples aparatos de tergiversación que construyen los grandes poderes nos dejan sin la posibilidad de un lenguaje propio, de cara a la Realidad, que sirva para ver y transformar autónoma y libertariamente lo que ocurre en los grandes alrededores…

¿Ser o no ser de izquierda?… Sólo si llevamos la izquierda a la Realidad, podremos llevar la Realidad a la izquierda. Sólo en el largo camino de darle un nuevo carácter a nuestras acciones y luchas, de encaminarlas hacia la posibilidad de la felicidad, la alegría y la libertad, de ir diluyendo los límites entre el “adentro” y el “afuera”, de hacer que los salones sean muchos y multitudinarios, expresivos de las penas y grandezas de una Humanidad libre y deliberante… Sólo en ese sentido, tiene algún valor retomar la bandera de “los izquierdistas”. Algunos, soñamos con superar la izquierda para reinventar las formas de la transformación social, y si para eso tenemos que criticarla sin contemplaciones para dejar en claro lo que nos separa de mucho de la identidad y la historia de las izquierdas, lo hacemos. Mientras nuestros esfuerzos se encaminan a eso, explicarnos mejor implica también identificarnos también con otras palabras y acciones, que creemos más de nuestro tiempo, creadas para nuestra época, con sentidos presentes, con voluntad transformadora para el hoy, con mirada revolucionaria para otra mañana.

Superar a la izquierda no significa olvidarla con sus aciertos y errores, con sus proezas heroicas y, lamentablemente, también, totalitarios horrores. Menos, a los millones de seres humanos que se han puesto bajo sus banderas para intentar realizar la radicalidad de aquella promesa que incendió las ciudades, villas y campos del 1789 francés, y todo lo que ha venido después. Implica, eso sí, distancia crítica ante lo que ha sido hasta ahora, desapego frente a ella para no caer en dogmatismos y ritualizaciones que obstaculizan nuestro camino, creatividad para pensar y hacer lo que podría ser ahora y en el futuro. Y muchas y muchos no vemos eso en lo que hoy se denomina como “la izquierda”.

Si tenemos los ojos y mentes abiertas, lograremos levantar los sueños y utopías para una nueva Humanidad por construir, concretaremos las palabras que han quedado en el aire y la abstracción, y aunaremos a las mayorías de seres humanos que, sin poder incidir en su destino, padecen el recorrido trazado por unos pocos. En el fondo, el objetivo sigue siendo el mismo, aunque quizás la radicalidad de la encrucijada actual la hace más urgente y global que en los años de las revoluciones burguesas: derrotar a los atrincherados en los salones desde donde se gobierna la competencia y guerra de todos contra todos, la destrucción de la Tierra y la Humanidad, el desperdicio de nuestra capacidad de inventar un mundo nuevo, una nueva Historia.

A muchos, si nos dan a elegir una palabra, esta sería Autonomía: una palabra en la que vemos la posibilidad de romper con la supremacía de un orden de cosas que conserva mucho del Antiguo Régimen que supuestamente se iba a derrocar hace más de dos siglos, y que nos pone, con el enorme poder actual de la Humanidad, en una encrucijada histórica a nivel planetario: o multitudes autónomas y gobernantes, con sujetos individuales y colectivos empoderados, dueños de sus vidas, o elites no democráticas gobernando por la destrucción y el triunfo del poder de unos pocos sobre los muchos, de la muerte por sobre la vida. Así, al menos, y mientras no se nos ocurre nada mejor, lo hemos venido pensando algunos…

Más allá de las izquierdas… Autonomía!

Héctor Testa Ferreira

Fuente: MapuExpress – Informativo Mapuche

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