«El desafío es abrirle paso a la ruptura» en Seminario ¿Hacia dónde va América Latina? Participación popular, democracia y alianzas progresistas

¿Hacia dónde va América Latina?  Participación popular, democracia y alianzas progresistas¿Hacia dónde va América Latina? Participación popular, democracia y alianzas progresistas.

El día viernes 9 de noviembre de 2012, en la Cámara de Diputados de la Nación Argentina, se realizó el Seminario Internacional “¿Hacia dónde va América Latina? Participación popular, democracia y alianzas progresistas en el Siglo XXI”.

Organizado por el ISEPCi, en el Seminario se analizaron las distintas experiencias que movimientos y organizaciones populares de la región vienen llevando adelante en sus países.

Participé con la siguiente exposición (libro completo con la transcripción de las otras exposiciones acá):

«El desafío es abrirle paso a la ruptura»

Hablando de alianzas y articulaciones progresistas y populares que se expresen efectivamente en el escenario político institucional, Chile es uno de los países en el que, aparentemente, se ha estado más lejos de lograr una alternativa que rompa la hegemonía neoliberal en nuestro continente. Sin embargo, hay motivos para el optimismo en lo que ha venido pasando en nuestro escenario político y social.

Hablar sobre Chile se torna un tanto difícil a veces porque desde hace mucho tiempo, pareciera ser que se viene instalando esta idea de que es una especie de excepción en nuestro continente; el lugar en donde, antes que en ningún otro en el mundo quizás, se instauró un modelo neoliberal de manera sistemática, por una dictadura instaurada tras la cruda derrota militar y política a un gobierno bastante y un proceso político popular (también bastante excepcional), la Unidad Popular de Allende.

Con el correr de los noventas Chile se mostró como modelo de las políticas neoliberales en latinoamérica y el mundo, promovido hasta la saciedad como el lugar donde los dogmas del Consenso de Washington se habían consolidado y logrado construir un esquema de estabilidades duradero y referencial. Y mientras en la mayor parte de los países se han venido construyendo alternativas políticas, populares, progresistas, de izquierdas, en Chile hemos también tenido el ascenso al poder de un gobierno de extrema derecha, como es el encabezado por Piñera.

Sin embargo, viéndolo desde cerca, la elección donde obtuvo su triunfo fue más bien la consecuencia de una larga corrosión de las legitimidades de los Gobiernos de la Concertación, antes que un alza en las ideas o presencias sociales de la derecha. Adicionalmente, en el último tiempo se han venido sucediendo un ciclo de movilizaciones sociales históricas por su masividad, permanencia, e intensidad, con un movimiento estudiantil que se ha venido constituyendo en actor social insoslayable en el escenario político chileno, verdadera punta de lanza de un conjunto de demandas y anhelos populares que vienen al alza, y que han modificado de manera relevante los marcos del debate político en nuestro país.

Tal cosa ha sido el fruto de un proceso de aprendizajes y maduración de saberes y experiencias que vienen trayendo las nuevas generaciones de chilenas y chilenos que hemos estado construyendo un camino político por fuera y alternativo al neoliberalismo y la gobernabilidad del cogobierno Concertación-Alianza, el duopolio binominal que hemos tenido en las últimas dos décadas. Y es desde esa multitud de organizaciones, movimientos y redes, que hemos, desde muy variadas corrientes y espacios, logrado levantar un escenario de movimientos sociales en alza, que hacen sentido en una mayoritaria parte de la ciudadanía, y que no sólo ha logrado modificar en buena parte la situación política y el marco del debate público, si no que además ha hecho que el gobierno de Piñera haya estado prácticamente incapacitado para llevar a cabo su programa de Gobierno.

Y es que, como se mencionó antes, paradójicamente Piñera no llega al gobierno por una especie de derechización del escenario político nacional, sino todo lo contrario. Llega al Gobierno más bien por una progresiva caída de la legitimidad y de las credibilidades de la Concertación que durante 20 años profundizó y perfeccionó el modelo neoliberal en Chile, con una descomposición que es tanto electoral como también cultural del neoliberalismo: ahí el rechazo al lucro y a la convivencia de intereses empresariales y políticos, a la mercantilización de la vida, al endeudamiento como forma de acceso a los bienes y derechos, al individualismo, en suma, al mundo ideológico instaurado tan fuertemente con la transformación “a la neoliberal” de la sociedad chilena. La elección del 2009 más la pierde la Concertación, que lo gana la derecha encabezada por Piñera.

Yendo a lo más reciente y coyuntural, tuvimos hace muy poco una elección municipal con un porcentaje de abstención histórico, de casi un 60 por ciento, en donde la derecha perdió comunas emblemáticas, en donde la Concertación cae también en más de 200 mil votos en relación con la elección municipal anterior y en donde también, se abre paso cada vez más un debate interno al movimiento social y al movimiento estudiantil, donde algunos sectores llaman a la abstención como una forma de rechazo a un sistema político, económico y social que asume una creciente parte del país.

En los últimos tiempos, especialmente en los dos últimos años, y muy empujado por la irrupción del movimiento estudiantil, se instala con más fuerza la demanda por una asamblea constituyente que redacte una nueva Constitución. En Chile aún padecemos la Constitución dictada durante la dictadura bajo Estado de sitio: la Constitución del 80’ y las leyes complementarias que forman la estructura institucional vigente del país, fueron dictadas prácticamente todas durante la Dictadura. En algunos casos, “perfeccionadas” por los Gobiernos de la Concertación como, por ejemplo, en lo referido a la educación.
El movimiento estudiantil fue desde sus inicios, quizá el actor social más movilizado y articulado de la transición pactada en adelante. Madura en sucesivos procesos de movilizaciones año tras año, con una búsqueda organizativa e identitaria de múltiples colectivos, movimientos y corrientes que han venido perfilando un polo político en formación. En el año 2006 marca un hito en ese proceso: con una gran movilización estudiantil, sobre todo encabezada por los estudiantes secundarios, se logra por primera vez romper notoriamente el cerco político y mediático, e instalar al movimiento estudiantil como actor imposible de omitir en el escenario político nacional. La demanda articuladora de la “revolución pingüina” del 2006 fue el rechazo a la LOCE, es decir, la Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza, una más del paquete de leyes “de amarre” que dejó la Dictadura, dictada el último día de su larga estadía en La Moneda. Fundamentalmente, la LOCE instauraba la privatización y la mercantilización de la educación en Chile, construyendo las bases de un radical abandono del Estado, y configurando, en muchos sentidos y aspectos, el sistema más desregulado y privatista de los modelos de educación a nivel mundial. El abandono del Estado a un rol “subsidiario” y la reproducción de la desigualdad que genera tal esquema queda al descubierto desde todas las ópticas posibles, más con las multitudinarias movilizaciones del 2011.

En ese esquema el movimiento social y, en particular, las nuevas generaciones, hemos venido constituyéndonos básicamente por fuera del esquema político electoral dominado por las dos grandes coaliciones binominales. Cuestión que es una virtud en cuanto a la capacidad de generar dinámicas y referente relativamente autónomos al poder de las elites políticas de amplia hegemonía neoliberal, pero que representa también la dificultad por expresar las fuerzas y avances en la escena institucional y electoral. Frente a ello, el verdadero veto que ha tenido la derecha (facilitada en mucho por el sistema electoral binominal y los altos quórums requeridos a nivel parlamentario), y el rumbo altamente neoliberal que fue adoptando casi la totalidad de las cúpulas de la Concertación (el llamado “partido transversal” que ha pasado por arriba de sus cuatro partidos), han terminado generando una crisis de legitimidades inédito en la historia reciente del país.

Por todo lo anterior, el movimiento estudiantil representa en la escena pública del país un conjunto de malestares y descontentos que apuntan al corazón del modelo neoliberal. No son demandas meramente económicas o gremiales como intentaron (y lograron tantas veces) mostrar las elites políticas, intelectuales y mediáticas dominantes, sino que apuntan al núcleo social, económico y cultural y político del modelo neoliberal en Chile: la demanda de un sistema de educación gratuito, inclusivo, fundado en otros valores y anhelos de igualdad e integración social, el rechazo al lucro y los múltiples abusos empresariales, una nueva Constitución e institucionalidad política. Misma cosa puede decirse de las referenciales movilizaciones regionalistas y de disputa de territorio en varios lugares de punta a punta del país (Magallanes, Aysén, Calama, Valle del Huasco, Mehuín, y un largo etcétera), que habitualmente se enfrentan cara a cara con las grandes empresas y sus enclaves productivos, de alta extracción de recursos y explotación intensiva del territorio. Todo ese caudal de fuerzas puestas en la calle y de apoyos ciudadanos y referenciales organizaciones sociales con una no menor fuerza propia (las asambleas ciudadanas, los medios y redes de comunicación), han podido cambiar el eje del debate político en el país, pero a la vez, se encuentran por ahora taponeadas por el cerrojo institucional que padecemos. Cunde, por lo mismo, cierta sensación de estancamiento parcial que es preciso superar con nuevos pasos en la dirección de expresar políticamente este proceso de acumulación ya imposible de negar ni tapar.

En el ámbito del trabajo, por otra parte, debido a la férrea legislación laboral dictada en dictadura y un nuevo orden productivo y laboral fragmentado y disciplinado justamente por las dinámicas neoliberales (en especial el omnipresente endeudamiento y el miedo a “perder la pega” o “caer en Dicom” -el boletín comercial que lleva el listado de morosos-), ha sido muy difícil para el movimiento sindical acompañar este proceso, pero aún así, también se ve una tendencia que apunta a la creación de un nuevo sindicalismo capaz de dar pasos también desde ese ámbito.

En ese contexto, algunos sectores de los movimientos organizados hemos logrado confluir en posiciones con los sectores más genuinamente progresistas de la Concertación que, por su parte, llevan ya varios años de desgaste y desgajamiento desde sus partidos de origen. Por ejemplo, la candidatura presidencial de Marco Enríquez-Ominami, (hoy Partido Progresista de Chile), que obtuvo un muy esperanzador 20 por ciento en las elecciones del año 2009. Es muy ilustrativo el que en esta última elección el candidato de la Concertación fuera Eduardo Frei Ruiz-Tagle, Presidente de la República en los años 90′, representante de lo más neoliberal y conservador de la ex coalición gobernante, fue quien mandó a José Miguel Insulza a defender y a traer de vuelta a Pinochet desde Londres, el que firmó el tratado binacional minero con Carlos Saúl Menem, el que privatizó todo lo que quedaba por privatizar ‑el sistema de agua, los ferrocariles, etcétera‑. Su Candidatura obtuvo un 29% en primera vuelta pasando a la segunda, en buena parte debido al sistema electoral, que hasta esa elección, la del 2009, excluía a casi 5 millones de personas del padrón electoral: precisamente aquellas nuevas generaciones poco proclives a inscribirse y donde están concentradas las opiniones más críticas al modelo político y económico, y donde, yéndonos a las elecciones del 2009, las candidaturas alternativas al duopolio binominal (la de Marco Enríquez-Ominami y, en menor medida, la de Jorge Arrate) tenían sus más altos apoyos.

Tal sistema de inscripción electoral voluntaria y de votación obligatoria, fue diseñado precisamente para obstaculizar la aparición de “sorpresas” electorales de la mano de los descontentos de las nuevas generaciones, y tuvo como efecto el que en Chile, tras el plebiscito de 1988 (el plebiscito del Sí o No a Pinochet), donde se inscribió a casi la totalidad de los mayores de 18 años, la inscripción casi bajó a cero en los años posteriores, y el padrón electoral fue así reduciéndose a medida que pasaban los años de “gobernabilidad a la neoliberal”. Por este esquema político de estabilidades y gobernabilidad elitistas, de retraimiento de las personas a su vida individual y familiar, de desencanto de la sociedad hacia lo público en general, por las privatizaciones, por la mercantilización de la vida, tuvo en las nuevas generaciones su más clara evidencia en cuanto a su distanciamiento y rechazo al esquema político establecido.

De hecho, muchos de las nuevas generaciones de militantes hemos sido parte de ese autoconstituirse desde fuera del esquema político- electoral hasta hace muy poco, y sigue existiendo un importante abstencionismo electoral en el activo social y político del país: de la mano de un no estar dispuestos a involucrarse en el esquema binominal y la gobernabilidad pactada, y, en particular, a los gobiernos de la Concertación y su dinámica de cogobierno con la derecha y el alto empresariado, se fue constituyendo una postura antielectoral que es un dato importante en la escena política chilena, en especial entre los más jóvenes.

El sistema electoral mencionado fue modificado en cuanto a la inscripción (que pasó de voluntaria a automática), en buena parte, como reforma gatillada por el desgaste que tiene en Chile la legitimidad de la institucionalidad en general. Es debido a eso que las elites vienen aceptando la necesidad de hacer reformas que, aunque parciales y acotadas, les permitan recuperar la legitimidad perdida y controlar la situación política abierta con el amplio descontento ciudadano y las movilizaciones sociales en particular. Pero tal como muchos habíamos anunciado, la mayor parte de los nuevos inscritos se abstuvo de votar, e incluso una de los dos referentes más importantes en el mundo de los estudiantes secundarios, convocó a una campaña por la abstención que se llamó “Yo No Presto el Voto”, que más allá de influir sustancialmente en su número, reforzó en el debate público el tema de la crisis de legitimidad y participación del sistema político chileno, cosa incuestionable con la cifra de una abstención casi el 60 por ciento de los electores.

Junto con lo anterior, en las recientes elecciones municipales surgieron algunas candidaturas de fuerzas alternativas que hemos logrado avances electorales bastante significativos, con triunfos en algunas municipalidades. El Partido Progresista en alianza con otras organizaciones y movimientos de base local, logró ganar en diez Comunas, número bastante importante dado el contexto de extrema dificultad que tiene una nueva fuerza para emerger en el escenario político-electoral chileno. Avances relevantes en articulación y experiencia electoral obtuvieron otras fuerzas, aunque todo aún en el marco de dificultades mencionadas.

La derecha tuvo una derrota fenomenal que ni siquiera los más optimistas de la Concertación o las izquierdas esperaban. Perdieron en buena parte de las comunas más importantes y emblemáticas de Santiago, incluso algunas de clase media alta, históricamente alineadas hacia la derecha. Referencial fue la derrota de un emblema de la dictadura, el ex coronel Labbé, miembro de la DINA, la Dirección de Inteligencia Nacional de Pinochet; una candidatura muy emblemática y uno de los puntos más resonantes en la elección pasada, por el significado histórico que tiene: simboliza la derrota cultural y social del pinochetismo más duro, que pierde uno de sus referentes más tradicionales. Perdió también en la comuna de Santiago y otras tantas de la capital, y en un conjunto de otras de alta concentración urbana a lo largo del país. Debido a la sobrevivencia del esquema binominal (que debe su nombre al sistema electoral parlamentario pero que es bastante más amplio a aquél), eso significó una recuperación de un número significativo de Alcaldías para la oposición, en especial para los partidos de la Concertación.

A pesar de lo que pudiera parecer y de lo que han intentado decir las dirigencias concertacionistas, tal cosa no se dio porque la Concertación tenga un nuevo impulso, sino principalmente porque la derecha ha perdió muchos de sus votantes, aproximadamente unos 800 mil votos menos que en la elección municipal anterior. La Concertación también bajó su votación en unos 200 mil votos, pero se le sumó una nueva fuerza a su coalición, el histórico Partido Comunista. Desde el Partido Progresista, la Red SurDA, y tantas otras fuerzas del campo popular y de movimientos sociales en Chile, diferimos en esa búsqueda de algunos sectores de las izquierdas que, a nuestro juicio, vienen transitando un camino que los termina transformando en una especie de apoyo o “salvavidas” de la Concertación, en un momento en que esta se cae a pedazos en la legitimidad de la ciudadanía. Esta diferencia cruza tanto a los referenes políticos como también al movimiento estudiantil y al conjunto de los movimientos sociales en el país, y es, sin exagerar, el debate estratégico más relevante hoy por hoy entre las fuerzas movilizadas: ¿qué relación se tiene con el viejo esquema instituido del binominalismo del esquema de las dos grandes coaliciones? En particular, ¿qué relación se tiene con la Concertación?

Y es que la Concertación es una fuerza que une a sectores que, más allá de sus trayectorias pasadas y de sus propósitos declarados en su origen, terminaron instaurando cuatro Gobiernos ampliamente neoliberales y de cogobierno con la derecha y el alto empresariado nacional y transnacional. Si nos pusiéramos a detallar ese recorrido y sus múltiples facetas, daría para hacer una exposición entera sobre ello. En el grueso de sus políticas encontramos un neoliberalismo bastante extremo e incluso, si uno mira cómo estaba compuesto el gabinete del gobierno más progresista, entre comillas, que fue el de Michelle Bachelet, se da cuenta de que era ampliamente proempresarial y alineado con Estados Unidos. Por citar dos casos paradigmáticos, su Ministro de Hacienda y hombre fuerte de su Gobierno, Andrés Velasco, recientemente estuvo en Venezuela, haciendo campaña por Hernán Capriles. Su Ministro del Interior, Edmundo Pérez Yoma, hoy mantiene un duro conflicto con las organizaciones sociales del territorio donde él es dueño de tierras mediante una empresa agrícola, que, se ha comprobado, viene robando aguas sin ningún tipo de pudores, generando sequías y desplazamientos obligados de los campesinos de la zona.

El tronco principal de la Concertación está compuesto por la Democracia Cristiana (de fuerte inclinación derechista a pesar de su origen socialcristiano), y por un Partido Socialista cada vez más “derechizado” y desde el cual han salido mayormente estos “desgajes” de la Concertación hacia la izquierda, como en su momento el MAS de Alejandro Navarro, o Marco Enríquez-Ominami, o el anterior Candidato a la Presidencia Jorge Arrate (apoyado por una coalición encabezada por el Partido Comunista). En los otros dos partidos de la Concertación, el Partido Radical Social Demócrata, y el Partido por la Democracia, hoy en día hay sectores que se mueven más hacia una alianza de centroizquierda en conjunto con el Partido Comunista (y eventualmente otras fuerzas como el Partido Progresista y otros), que impulse una nueva coalición que supere a la Concertación, aunque hoy por hoy, tales anuncios quedan puestos en un segundo lugar tras el alineamiento político que produce la Candidatura Presidencial de Michelle Bachelet. De todas formas, entre los cuatro partidos (y más allá de ellos) hay una suerte de “partido transversal” compuesto por cùpulas que han tenido el control de la coalición concertacionista, y que controla, además, la Candidatura de Bachelet, sin indicios de cambio en aquéllo.

Fuera de los muros de ese mundo, tenemos un conjunto muy grande de movimientos, colectivos, organizaciones y redes. No hay dudas del ensanchamiento del mundo social organizado en estos últimos años: las constantes movilizaciones lo demuestran casi sin pausa, y las redes sociales logran romper el bloqueo comunicacional y colaboran sustancialmente en la convocatoria e intercomunicación de lo que ha ido ocurriendo.

Esa multitud en movimiento es diversa y muy plural, pero en general se agrupa en torno a una demanda y a un eje programático, la realización de un proceso y Asamblea Constituyente. No sólo se apunta a la obtención de una nueva Constitución que deje atrás la Constitución de la dictadura y retocada por reformas menores durante los Gobiernos de la Concertación, sino que también queremos que ello sea el producto de un proceso Constituyente similar a los que se han llevado adelante en otros países de nuestro continente y que han sido bastante exitosos en cuanto a abrir paso a transformaciones más profundas que una mera reforma, como ha ocurrido, por ejemplo, en Venezuela, en Ecuador y en Bolivia. No queremos que las fuerzas del antiguo régimen cambien algunas cosas periféricas o secundarias para mantener lo sustancial del modelo, queremos comenzar a poner las bases de un cambio refundacional inédito en nuestro país.

El desafío es esa abrirle paso a esa ruptura, que, tal como señalan los resultados de las encuestas, tal como se palpa en la calle, lleve eso a una expresión política que transforme radicalmente las correlaciones de poder y las instituciones en Chile: esos anhelos tienen fuerza y una mayoría creciente que va de punta a punta en el país. Ahora bien, ¿cómo llevar esa ruptura al plano político? ¿Cómo se constituye a partir de allí un nuevo polo o un frente amplio? Creemos que esta articulación de fuerzas sociales y políticas, que se da en varios países, es algo del primer orden de prioridades. Pero en la actualidad, claramente no hay un consenso acerca de cómo se tiene que llevar adelante ese proceso. De todas formas, ese proceso está en curso, está en marcha y probablemente, el año próximo, en la elección presidencial y parlamentaria, esto se va a ver reflejado, aún cuando lo más probable es que aún no de manera tan clara y determinante, pues la candidatura de Bachelet logra, por ahora, esquivar la caída de apoyos hacia la Concertación, e incluso logra arrastrar tras de sí a una parte del mundo social más organizado.

Para terminar, unas palabras desde el optimismo activo: una de las cosas que tiene la política y los procesos históricos es que puede haber derrotas aparentes, como efectivamente fue la llegada de Piñera a la Presidencia, que bien pueden ser reversibles, en triunfos y avances populares (y también viceversa). Para todo militante del campo popular, progresista y de izquierdas, no es un escenario muy deseable ver al pinochetismo volver a La Moneda. Sin embargo, en los últimos años podemos decir con mucha esperanza y con mucho orgullo que hemos avanzado no pocos pasos en la construcción de una alternativa política al neoliberalismo en Chile. Y como se decía en un cartel puesto en una de las tantas tomas estudiantiles del último tiempo: “Vamos lento, porque vamos lejos”.

Viernes 9 de Noviembre de 2012, Buenos Aires.

Nota completa en sitio web del Isepci

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https://testaferreira.wordpress.com/
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